Andá a lavarte el orto, San Valentín.

Hace un tiempo largo escuché a Enrique Symms esgrimiendo la teoría de que hay que estar muy enfermo para sentir amor o, mejor dicho, para hacerse cargo y actuar en consecuencia.
Me pregunto: ¿sienten amor los animales? Y de ser así... ¿por qué los románticos insisten en mencionar a los hipocampos -quienes parecen ser monógamos y fieles hasta el día de su muerte- si son el único ejemplo en el reino del instinto? El punto es: ¿por qué a veces parece ser que es más fácil odiar o temer que amar?
Se supone que es el más puro de los sentimientos pero es el que despierta, a su vez, los peores. Y hablo sólo del amor de pareja; el amor por un hijo ("no se puede comparar; es mucho más que todo. No, si vos sabés."), por un familiar, por una mascota, por una vocación... es en todo aspecto menos conflictivo.
Quizás sea porque depende de dos, de dos que transmitan y reciban en la misma frecuencia desde la médula del amor. Pero me atrevo a decir que en muchos casos esa sintonía fina vive haciendo equilibrio sobre un hilo muy delgado. En donde el transmisor o el sintonizador se corre un décimo de megahertz, para un lado o para otro, el amor se transforma en la energía más poderosa para activar celos, desconfianza, paranoia, obsesión, venganza, resentimiento, dolor, tristeza, depresión, todo esto empujado por un egoísmo que es capaz de anular al espíritu más noble y generoso.
Es más fácil superar -y hasta perdonar- cualquier traición que no tenga que ver con el amor. Las heridas del amor parecen no cicatrizar jamás. Nos hacen virtuales hemofílicos. Se transforman en mochilas llenas de adoquines que no podrán ser superadas jamás sino que, a lo sumo -como ocurre con la muerte- podrán ser asimiladas hasta que la costumbre nos permita seguir caminando con ese peso en la espalda. Y si lo logramos, también es por amor. Por un amor recuperado a través del perdón o por un amor nuevo.
¿Cómo puede ser que exista una figura legal llamada "crimen pasional"? ¿Qué es lo que lleva a pasar del amor al odio sin estaciones intermedias? ¿Por qué el amor hace que sea más dificultoso reconstruir que empezar de nuevo, con todos los riesgos que conlleva edificar en un terreno desconocido? ¿Es posible amar como si nunca te hubiesen herido, por más que sea una hermosa frase?
Aunque no lo parezca, yo creo que sí. Más que nunca, me atrevería a decir. De ser un cínico descreído pasé a tener la certeza de que podría volver a enamorarme como cuando era un pendejo.
Simplemente se me ocurre que... se dice que el cerebro humano posee capacidades asombrosas, desde ampliar el espectro visual o auditivo a manejar energías de todo tipo que hasta pueden modificar la materia (pongamos por caso la telekinesis). Pero tal vez aún no estemos capacitados para controlarlas y por eso ahí están, hibernando a la espera de un operador más capacitado.
Por ahí el amor sea algo que se le escapó a la naturaleza, un don que nos dio prematuramente, antes de que pudiésemos completar cierto ciclo de evolución.
O tal vez sea otra de ésas cosas que cagamos –como yo en este momento- metiendo al cerebro como traductor e intermediario. Y encima tenemos la soberbia de llamarnos "inteligentes", creyendo que la capacidad de razonar nos hace superiores a los que se mueven por puro instinto.


Y RESPECTO AL TÍTULO DE ESTA ENTRADA:



No conozco un león, un sapo o un cascarudo al cual el amor lo ciegue tanto que pueda llevarlo a transformarse de ateo a creyente por un día celebrando a San Valentín, apelando a eso para hacer promesas que quizás nunca sean cumplidas, gastando guita en un peluche garompa y enviando mensajitos de texto aprovechando las promociones de las compañías.
San Valentín no deja de ser como el puto halloween. Y guarda: eso si todo anda bien. Elegimos pasar por imbéciles sólo en el mejor de los casos.
En serio lo lamento por quienes lo celebran porque, pienso, se trata de gente que está viviendo un amor endeble, un amor que necesita de ese tipo de estupideces para creerse fuerte.