Soñé con Varsky y con Susana

“Tuve un sueño”… dijo alguna vez Martin Luther King.
Bueno… yo anoche tuve un sueño que me despertó 20 minutos antes de lo que habíamos negociado con el despertador. Prohibido someterlo a análisis psicológicos profesionales o, menos aún, que caiga en manos de estudiantes de psicología que con dos materias metidas se creen Freud.
Juan Pablo Varsky estaba alojándome en su casa de veraneo, en Mar del Plata. Lo vi como lo veo habitualmente, delante de una compu y haciendo su programa, sólo que desde una casita bastante austera en la costa argentina.
No sé cómo salgo, viajo un rato no muy largo, ponele una media hora, lo que uno tarda en llegar del Barrio Constitución a Arena Beach, estaciono y caigo en otra casa. Mucha gente… creo que algunos amigos andaban por ahí. No era una fiesta ni nada similar; era gente que estaba parando en otra casa de veraneo tan austera –humilde, más bien- como la de Juan Pablo. Había niños, inclusive.
Y en un tiro entra ella. Susana Giménez. La mismísima Susana Giménez.
Pero no la Susana glamorosa megaproducida que uno está acostumbrado a ver en la tele o en su propia revista; era una Susana sin maquillaje, con el pelo sin arreglar aunque no desprolijo, una Susana como la que a uno –vano súbdito del llano territorio de la gente común- le gustaría ver, aunque más no sea por curiosidad o por querer conocer a la persona detrás del personaje.
Acá viene la parte que espero que Susana jamás lea, porque por ahí da para la ofensa. Pero los sueños son impunes y la cabeza hace que pasen cosas inconscientemente.
Pero sí. Pasó eso. De golpe Susana –no sé cómo, porque ni me di cuenta- me había puesto un preservativo y me estaba cabalgando como si yo fuera un toro mecánico. En un momento se abre la puerta… no, creo que ni había puerta; era más bien una cortina que separaba esa habitación del resto de la casa, y la señora corta todo. Llegué a ver que habíamos usado cinco preservativos en cuestión de segundos.

Párrafo aparte: la depilación. Supongo que por tratarse de un ícono que explotó en la década del ´70 y que sigue vigente, tuve una visión de su trabajo capilar púbico bastante extraña: la parte del medio iba de acuerdo a los cánones actuales, es decir, afeitada al ras. Pero los costados que lindaban con la entrepierna remitían a la estética de su época del "Shock" del jabón Cadum. O sea: eran como dos selvas amazónicas separadas por una franja desértica, lo cual le confería un aspecto tipo la cabeza de Larry Fine. Sí; el Larry de Los Tres Chiflados.
Me agarra del brazo, me mete en el baño (un cuartito minúsculo) en el que había un típico tachito de basura de baño que desbordaba de preservativos usados (pero había muchos ¿eh?) y me dice: “Sacame de acá. Llevame al teatro.”
Estaba haciendo temporada allá, en pleno centro.
Tardé en encontrar mi auto, un tanto ansioso porque no quería que la señora se sintiera incómoda en la calle, aunque los pocos que circulaban por la zona no le prestaban mucha atención. Y cuando lo encontré y nos subimos, me dijo: “¿No querés ser mi chofer por los próximos 15 días?”
Me quedé pensando en la distancia de la que hablaba antes y de si sería capaz de hacerlo a diario. Al fin y al cabo estaba de vacaciones ¿no?
Por lo pronto la dejé en la puerta del teatro, uno céntrico de los menos atractivos, con una marquesina medio sórdida, que hacía juego con el resto de mi sueño.
Y me volví a lo de Varsky.
Me senté a su lado, mientras él seguía transmitiendo, y encaré otra computadora para ponerme a jugar al Tm Nations Forever, que en realidad era el Audiosurf. Y en un tiro lo escucho a Juan Pablo diciendo: “ustedes no me van a creer, pero hay alguien conectado jugando al Tm Nations Forever con una nave celeste que la está rompiendo”. Y ahí se da cuenta.
“¿Sos vos?”- me dice. Y anuncia al aire que era yo el que lo estaba asombrando con su juego.
Después me avisó que era hora de comer. Y me felicitó por el laburo como chofer de Susana. Su esposa (a quien no conozco pero agradezco el hospedaje onírico) depositó en la mesa una fuente con una colita de cuadril al horno con papas que se veía francamente deliciosa.
Me sirvió una porción generosa en un plato y, mientras me lo alcanzaba, me dijo:
“¿La necesitás con duplicado?”.
Me desperté doblado de la risa 20 minutos antes de lo que había pautado con el despertador.