domingo, 9 de enero de 2011

VACACIONES, PONELE



Que cada familia es un mundo y que no todos somos iguales son dos frases que, con el tiempo, han perdido el sentido pero no por ello dejan de ser verdad.
Hace tres días que llegué a Mar del Plata con la misión de transmitir en vivo para Rock & Pop los shows en Arenabeach de Catupecu Machu (“Copeteo Mucho”, los llama un amigo) y Dread Mar I junto a Fidel.
Aproveché la ocasión para mover junto a mi mujer, mi hijo y mi sobrina Agus. Seis días con casi todo pago en La Feliz a cambio de dos de trabajo me sigue cerrando.
El viernes fuimos desde la ruta derechito al camión para transmitir una previa; ayer transmitimos a Catupecu hasta las seis y pico de la tarde. Y hoy, por fin, podría disfrutar de mi primer día de playa en familia. Pero la foto muestra cómo pinta este domingo… Murphy tenía razón. Anoche hubo show de relámpagos, no para de caer agua y el viento en este piso 9 del Bristol Apart (oficial; 15 en lo real y esto me recuerda que me intriga sobremanera qué hay en esos 6 pisos que existen entre la planta baja y el 1er piso declarado) sopla con el aullido polifónico de media docena de almas en pena.



Entonces mientras todos duermen me pongo a pensar, porque el doctor me dijo que tengo que ejercitar aquellos músculos y órganos que no muevo habitualmente.
Y empiezo por algo que llegué a entender pero no a respetar. O viceversa.
Sabemos de qué se trata Mar del Plata en enero. O creemos saber. Cosas impensadas como hacer cola en un restaurante, práctica a la cual me he negado a someterme desde siempre.
Existe un momento de la vida en el cual la independencia es fundamental y de ahí que comprendo la necesidad adolescente de liberarse del Ojo de Sauron Paterno ruidosa y caóticamente, hacer todo el kilombo posible, vacacionar en un lugar que se caracteriza por tener arena y mar con el objetivo de no verlos nunca a la luz del día, utilizando las horas de “hay churrrrrroooo” y de lagarteo sobre una toalla para cicatrizar fisuras nocturnas y poder arrancar de nuevo cuando baja el sol.
Perfecto.
Lo que no entiendo es la tendencia apretujadora, amontonadora, anárquica y desaforada de los grandes, aquellos que esperan 358 días para venirse de vacaciones y reponer fuerzas para encarar otros 358 días de laburo.
Anoche los menores (11 él y 14 ella) querían “comer Mc. Donald´s”, frase acuñada familiarmente que se desprende de la abreviación de “queremos comer un cuarto de libra sin condimentos de Mc. Donald´s”, y como sus deseos suelen ser órdenes (que a veces acatamos y a veces no, aclaro) mi mujer y yo nos embarcamos en una caminata de tres (3) cuadras que nos separan del comedero del payaso Ronald.
Estamos parando en pleno epicentro del kilombo, es cierto. San Martín y la Costa, donde arranca la peatonal. Salimos a las ocho y pico de la noche y aprovechamos el mandado para pasar por una rotisería (buen horario porque la gente recién se está terminando de sacar la arena y aun no piensa en la cena) y una farmacia (a propósito, habría que hacer un relevamiento sobre las oscilaciones en el precio de la crema post solar en estas fechas) con lo que el trayecto neto sumaba ocho cuadras.
Ocho cuadras.
Una hora veinte nos tomó salir y entrar.
“Pasear” por la peatonal de noche es moverse al ritmo que se mueven las salidas de los recitales multitudinarios a la altura de los egresos del estadio. Es meterse en una masa compacta de carne humana con olor a crema humectante que incluye adolescentes que zigzaguean, ancianos que van muy por debajo de la velocidad mínima, cochecitos de bebé, niños que se cruzan entre las piernas, grupos mixtos que frenan de golpe y se estancan para decidir qué van a hacer, parejas de señoras que “ay, mirá eso” y se clavan sin poner balizas frente a una vidriera.
Fuimos por San Martín porque no recordaba a qué altura de la misma estaba Mc. Donald´s. Pero a la vuelta elegimos invertir 200 metros ida y vuelta y regresar por Luro, avenida de veredas anchas que corre paralela y desierta en comparación.
Y me alegro de haber dejado atrás mi espíritu iracundo y poder disfrutar de cierta paciencia que me ayuda, a su vez, a generar un espíritu de relajada resignación similar al que empleo cuando me subo a un avión. Algo así como: “ya estás acá, muñeco; no podés salir así que padecelo o sufrí”.
Lo mismo pasa en Güemes o en Alem sobre esas horas.
Lo mismo pasa en las playas que van del centro a Punta Mogotes si el día está lindo.
Lo mismo pasa desde que la línea de costa que va del Faro hasta los Acantilados perdió su virginidad hace ya 20 años y se llenó de paradores.
Ya con menos gente, en lugares más paquetes, bañados por el mismo y gélido Mar Argentino vengo experimentando casos similares.
Los afortunados que tienen una 4x4 y pueden meterse en la arena, lejos de los balnearios y del amontonamiento, han crecido en forma cuantitativa pero todavía pueden guardar cierta distancia entre sí.
Me refiero puntualmente a la franja que va de Pinamar a Mar de las Pampas, localidades en las que un helado de palito te sale lo mismo que el carter de un Cadillac ´57 y que por tener seis médanos y un bosque te hacen creer que vas a encontrar la paz que necesitás durante tus días de descanso.
Y entonces estaciona la 4x4 a 10 metros de donde estás haciendo castillitos de arena, bajan 16 personas, dejan las puertas de la chata abierta para que la música se escuche con total claridad (teoría: de cada 20 vehículos que van con la música al taco sólo uno comparte tu gusto musical, con suerte) y la paz que necesitás durante tus días de descanso y que en teoría encontrás sólo en esa franja mierdosamente cheta se va al recarajo.
Por no hablar de paseos nocturnos por sus coquetos “centros comerciales” que, por más maderita pintoresca que tengan sus construcciones “rústicas”, no dejan de ser lo mismo que la peatonal San Martín.
“Si te gusta el durazno aguantate la pelusa”, diría Wintter (el mismo de “Copeteo Mucho”). El tema es que no entiendo a quienes les sigue gustando este durazno.
Y acá vienen dos teorías, fruto de este pensamiento marplatense, dominguero y lluvioso.

LA IMPOSIBILIDAD DE HACER ALGO DISTINTO O EL TERROR A LO DESCONOCIDO…
…es una de ellas.
Porque por un lado me imagino al tipo que espera 358 días para “rajarse una semanita a la playa ¿viste? Un poco de sol, mar… relajarse un poco, no hacer nada, olvidarse de las responsabilidades”.
Perfecta premisa para las vacaciones, desde ya.
A mí que me perdonen, pero lo único que veo es un cambio de indumentaria. Acá se lucen lasojota y el shór en horarios y lugares poco frecuentes para el ciudadano medio.
Y punto.
Se empujan en la playa y en la peatonal igual que en sus lugares de origen, pero con una sonrisa.
Hacen una cola para comer tan o más larga que la que hacen para hacer un trámite. Pero con una sonrisa.
Creo que en el fondo no pueden salir de eso. No quieren otra cosa. Basta con el cambio de ropa y de escenografía.
Pero, por favor, que no les cambien el ritmo, el volumen, la multitudinaria compañía anónima… si les faltara algo de eso no serían vacaciones; sería una prueba de supervivencia. Estoy seguro de que si los soltás en una isla desierta, aunque les sobren comodidades, sentirían lo que yo podría sentir si me tiran en el corazón de África en bóxer y alpargatas, armado con un cepillo de dientes.
Mi segunda e inconsistente teoría se traslada a escenarios más solitarios (al menos hasta hace cuatro o cinco años) en los que podés “encontrar la paz que necesitás en tus días de descanso” y tiene que ver con…

…EL SÍNDROME DE LA FAMILIA NUMEROSA.

Porque soy hijo único y mi familia actual es bastante acotada. Al menos en su círculo íntimo y vacacional.
Somos de esa gente que, de verdad, necesita escuchar el sonido de las olas rompiendo mientras se cocina al sol a término medio y siente que el vientito que vuela bajo le llena de arena el pelo.
Somos de ésos a los que les gusta escuchar “haychurrrrrooo” o “chooooooclo” a 100 metros de distancia.
No somos ermitaños, pero ya bastante tenemos con la cantidad de gente que curtimos todo el año y con el variopinto kilombo sonoro que nos rodea a diario (que incluye nuestra música, por cierto) como para seguir en la misma en vez de buscar “la paz que necesitás en tus días de descanso”.
Y alguna que otra vez lo logramos pero en general, tarde o temprano, aparece esa 4x4 de la que te hablaba hace un rato, de la que bajan 16 personas gritando, montan el campamento beduino y dejan abiertas las puertas de la chata para que escuchemos la música que no soportamos en 19 casos de cada 20.
Y sufriendo el panorama pensás “¿esto significa estar de vacaciones para esta gente?”. Y la respuesta que arriesgo es: sí.
Porque la familia numerosa tiene en su propia casa el despelote que tenemos todos en la calle. Han crecido acostumbrados a gritar para hacerse oír, a golpear con fuerza la puerta del baño que vive ocupado, a tomar decisiones en reuniones que emulan asambleas gremiales, a moverse con el “mechupaunhuevismo” que adquiere el que se resignó a que siempre haya alguien despierto que lo vea cuando va a mear en calzones a la madrugada… hasta que la intimidad queda reducida a un vago recuerdo insertado en la memoria genética y tachado del consciente.
La intimidad propia y el respeto por la ajena, digo.

O SEA…

…que estoy de vacaciones.
Ponele.
Y que tengo la fortuna de que seamos gente que se adapta a lugares muy lindos, muy tranquilos y, lamentablemente, muy caros, tanto como a lugares no tan lindos, nada tranquilos y, por suerte, menos caros que los otros.
Pero debo confesar que me despierta una profunda envidia la “chacra” de Marcelo Tinelli en Punta del Este. Saber que dispone de todo ese espacio para él solo o en familia me da mucha envidia. Una envidia vergonzosa, diría.
Tanta, tanta, pero tanta envidia como la que me despierta la gente que se apretuja en la peatonal San Martín de Mar del Plata, hace cola para cenar, tarda dos horas para volver al centro desde una playa que está más allá del faro, lidia con los que se mandan en contramano para evitar el embotellamiento, se reblandece el cerebro escuchando cumbia, marcha y vendedores con megáfono, pernocta en un lugar mucho más inhóspito que su propia casa… y así y todo siguen sonriendo, disfrutando de sus vacaciones.

10 comentarios:

Laura Fer. dijo...

Buenísimo este relato de realidad abrumadora. Juro que me cansé de tan sólo leerlo. Mar del Plata es una ciudad hermosa, la verdad es que tengo ganas de ir...en Abril, con los jubilados. Aunque también van a caminar despacio, y se van a correr para mirar algo en el preciso momento en que yo me corrí para pasarlos, como si estuviera en la ruta dos y fueran un camión con doble acoplado. Ayyy, no Edu, no te envidio para nada, es más, mi más sentido pésame desde el cruel asfalto banfileño. Y te lo digo sin sonrisa!! BESOS!!!( a ese mal tiempo le queda divino unas buenas películas terroríficas y unas cuantas tortas fritas )

LO*QUE*SEA dijo...

Es muy loco como los argentinos son tan creativos para tantas cosas y al momento de sus vacaciones pareciera que se les anulara la imaginación.
Me dicen que hay gente que alquila una carpa (o como le digan a esa estructura metalica fea e invasiva) año tras año en el mismo lugar, al punto de tener hasta vecinos de carpa estables! NOOO! En cualquier momento se vienen las carpas con rejas.. o con esas mallas como los balcones...
Beso Edu, date una vuelta con tu familia por el caribe!!

Gabi dijo...

Cuanta razon tenes, Edu. Mar del Plata es asi y pesar que yo la pasaba genial en Mogotes, cuando todavia estaba el pantano para llegar a la playa....... y luego disfrute de su estructura de cemento, tomando clericos al atardecer.......que recuerdos....
Ahora nada es lo que era, y menos el Centro, si no lo pisaba en esa epoca, menos ahora.
Igualmente cambie Mar del Plata por Santa Teresita, pero este año fue bastante concurrida, mucha cumbia, mucho tumulto de gente.... pero linda, para mi, desde que la conoci, Santa es linda....

Andrés Layral dijo...

Por esooooo nada mejor que salir de vacaciones en Diciembre o Marzo, salvo que te guste congelarte en mayo o Septiembre.

Paute dijo...

Nunca me gustó MDQ, ni en verano ni en invierno (he ido a diversas edades y en todas las estaciones). De hecho ni siquiera me gusta "el ambiente playero" la arcilla -de arena tiene poco- el calor, el viento, salinidad/sequedad en los labios; comer algo y oír el crrch crrch de la arena en la boca.
Esto, sumado a tu relato es una síntesis cuasi perfecta de porqué hace años elijo las sierras con la cabaña, césped, silencio, sombra, pileta y nulidad de gente.
Sierra de la Ventana: bancame que en poco tiempo estoy ahí.

Paula dijo...

Correctamente pusiste "ponele vacaciones" porque de hecho fuiste a trabajar y obviamente no elegirias a MDQ como destino de vacaciones familiares (con lo cual estoy en total acuerdo).
Es cierto como decìs cada flia es un mundo y està muy claro que tenemos un pensamiento muy de habitante de capital y alrededores!!!
Por diversas circunstancias me tocò participar,trabajar,vivir en fin de todo en las temporadas de la felìz y en verdad acude a este lugar gente de muuuchos lados.
La gente de otras partes no padece de vivir en la city como nosotros, no sabe de barullos, colas, gente por todos lados, pibes corriendo, y todas esas cosas que a nosotros nos tiene hartos! Incluso espectaculos cines y demas yerbas....
La reaidades y la vida no se vive en todos lados de igual manera lo que para nosotros son vacaciones para otros es mas de lo mismo y viceversa.

FedeD dijo...

Estoy de acuerdo con un montón de cosas de este post! la verdad, lo veo exactamente así. Y concuerdo con Paute que se va a las sierras. Este país tan lindo y tan grande que tenemos, y no lo conocemos... Solo por nombrar destinos turisticos al alcance de la mano: Tandil, Las sierras de Córdoba, Sierra de la ventana, si te gusta la playa, Las Grutas. Y un poco mas lejos: todo el sur, sin excepciones, de Junin de los andes a ushuaia, Villa Union, el Talampaya y Chilecito en La Rioja, Mendoza completa, Valle Fertil en San Juan... y me quedan cosas todavía... en fin, pero a no todos les gusta conocer cosas nuevas, a otros les gusta simplemente apegarse a lo que conoce: filas en restaurantes, gente por todos lados, ruido, quilombo y robos. Por eso van de vacaciones siempre al mismo lugar, buscando lo que ya conocen...

Anónimo dijo...

me gusto!
muchas ganas de escribir edu...
Que nunca se acaben!!!

Mariano A. dijo...

Y a buen tiempo vino un "Turista" a poner en palabras todo aquello que yo veo cada año.
Vivo en Gesell. Y la recomendación es mediados de diciembre o mediados de marzo.
Muy buena la imagen que armaste de MDQ y de toda la costa en pleno enero. Pareciera que la gente lleva el caos que vive en las grandes ciudades, prearmado para desplegar en la costa.
Alguna vez fui más xenofobo y lo viví como una invasión. Ahora lo tolero porquela realidad dicta que gracias en parte a ese caos podemos disfrutar de una (a veces dura) paz los otros 10 meses del año.
Que el siguiente verano sea de verdadero descanso...

Facu_Mecha dijo...

Genial. esta idea ya la vertiste en uno de tus libros, de manera más ínfima, pero, no por ello, menos efectiva.
Me quedo con la montaña.
Saludos